Bienvenidos hoy les traigo una leyenda de Brasil
Cumacanga
Ya habían pasado varias noches desde que los habitantes en aquel pueblecito brasileño, se mostraran aterrorizados. Todos en el lugar habían sido testigos de aquel extraño fenómeno y no sabían que hacer al respecto. Algunos afirmaban que el poblado había sido maldito, quizá por el mal comportamiento de sus habitantes. Otros sin embargo, creían que el problema era otro: una fuerza oscura los estaba acechando y se hallaba oculta entre ellos.
Y es que cada día al ocultarse el sol, no transcurría demasiado hasta que veían una bola de fuego que salía disparada entre sus casas, rebotando de un lado a otro como si buscara algo. Ya nadie se atrevía a salir a esas horas, por temor a que se tratara de una bruja o un espíritu maligno.
Preocupadas, algunas personas fueron a ver al cura de la iglesia local, quien resolvió trasnochar con varios hombres de su confianza, para observar hacia donde se dirigía aquella bola luminosa.
Cuando dieron las doce de la noche, ellos aún estaban en el patio de la iglesia, armados y muy pendientes de lo que ocurriera a su alrededor. De pronto la vieron pasar, la bola de fuego estaba emitiendo destellos a la distancia y había pasado de largo para perderse en las afueras del pueblo.
—Tendremos que esperar otra noche para descubrir de donde viene —dijo el cura— y que Dios nos ayude.
A la noche siguiente estaban más alertas que nunca. Vieron la bola de fuego salir por la ventana de una casita miserable y hacia allí se dirigieron, sin estar preparados para lo que iban a encontrar en el interior.
Esa, era la vivienda de una joven muy hermosa, que no obstante se había ganado mala reputación entre sus vecinos, pues llevaba una vida licenciosa y era producto de la aventura entre un hombre casado y su amante, con la cual había tenido otros seis hijos sin estar casados.
Entraron muy sigilosamente en la casa, subieron las escaleras hasta el cuarto de la muchacha… y la vieron tendida en la cama.
Todo su cuerpo se hallaba en posición durmiente, pero le faltaba la cabeza. Parecía como si alguien se la hubiera arrancado de cuajo. Entonces comprendieron que la bola de fuego no era ningún espíritu, sino el cráneo maldito y envuelto en llamas de esa joven.
Por la mañana, ella se despertó sin tener idea de lo que estaba sucediendo. Su cabeza había vuelto a la normalidad, pero los pobladores la expulsaron de casa y le prohibieron regresar entre ellos.
Nunca nadie volvió a saber nada de ella.
Este cuento se encuentra basado en una vieja leyenda de Brasil llamada Cumacanga. Dicho relato narra la existencia de mujeres malditas, que son el equivalente femenino a los hombres lobos. Una Cumacanga puede ser la séptima hija de un adulterio o romance prohibido. Se las puede descubrir porque en las noches, su cabeza se separa de su cuerpo y se va a deambular convertida en una esfera de fuego, mientras el cuerpo permanece en casa.
Hotel Psiquiátrico Barbacena
No olvidaré el día que llegó un paciente singular al Barbacena, le conocían como Diabo, una lluvia espeluznantemente era el telón que develaba su entrada.
Su mojada presencia fue aterradora para mí, era un hombre alto, flaco y de raza negra, su semblante era pacifico, su rostro era delineado por unos pómulos grandes, y tenía unos ojos perversos. Su mirada era la de un orate.
Era escoltado por un enfermero, me comentaron que había asesinado a una familia cristiana en las afueras de la ciudad. No tenía familiares conocidos, no había registro de él, era como si hubiera aparecido de la nada en este punto del mundo.
Él era de esos pacientes a los que si tenía acceso por tratarse de un problema mental serio, los demás no pasaban por mi revista, eran indigentes o enfermos abandonados en un arte de limpieza social.
En mi exploración verbal y visual al paciente, observé en él total indiferencia hacia mi persona. Sospechaba que era otro sordomudo, parecía no tener conocimiento de los abominables hechos que había cometido. O simplemente parecía no importarle.
No fue enviado a la prisión por estar en una condición mental inestable, su locura lo salvaba de ser despedazado en la cárcel municipal, aunque aquí en el manicomio tampoco tenía muchas esperanzas de vida, tal vez se convertiría en el conejillo de indias de Bahía.
Desde el arribo de Diabo noté que los demás locos le temían, algunos entraban en crisis nerviosa cuando este se acercaba, pocas veces lo vi ingerir alimentos, y cuando era apaleado por los enfermeros jamás le vi gesticular rictus de dolor. A los pocos días ya andaba en condiciones deplorables, lucía sucio y harapiento. Una barba negra empezaba a poblar su mandíbula.
En una ocasión Hélio ordenaba a gritos a los locos alejarse de la barda, entre ellos Diabo, quien estaba en una posición un poco incomoda. Estaba parado solo sobre su pie izquierdo, mientras que el derecho lo tenía recogido; poco a poco los orates empezaban a dispersarse, menos el asesino de la familia cristiana, este estaba dándole la espalda al enfermero, miraba fijamente la barda a una distancia sumamente reducida. El personal sanitario usaba una barra de metal para golpear a los enfermos, pude observar como Hélio la empuñaba con fuerza, levantaba su brazo para dejarla caer sobre la humanidad del nuevo inquilino, cuando un grupo de locos se abalanzó sobre él, tumbándolo al suelo, atacándolo, arañando su rostro, mordiendo sus extremidades, mientras que Diabo seguía inmóvil en la misma posición, parado sobre su pie izquierdo, mirando al muro. Logré quitarle a Hélio el grupo de orates que tenía encima, lo dejaron sumamente herido; Diabo permanecería en esa posición el resto del día. Estaba en estado catatónico, lo que no me pude explicar, fue la reacción de los demás pacientes ¿Por qué querrían proteger a Diabo?
Las guardias nocturnas en el Berbecena eran la sumersión al mismísimo infierno, hacer rondines era imposible, los locos andaban sueltos, muchos de ellos se atacaban y mataban entre sí, al día siguiente los enfermeros se llevaban los restos del orate perdedor.
El hospital lucía sombrío y aterrador de noche, los locos escribían mensajes perturbadores sobre las paredes del mismo, con trozos de carbón, sangre o restos fecales, escribían atrocidades como: “Mi casa, mi infierno” “Ellos matan cada centímetro de mi” “Violaré tus restos mortales”.
En estas guardias era preferible permanecer la mayor parte del tiempo encerrado bajo llave en mi oficina. Podía escuchar los gritos y carcajadas de los dementes, sus lamentos, sollozos y demás ruidos escalofriantes que no descifraba. Pero esa noche no solo escuché gritos. Sobre mi escritorio había unos documentos y registros de pacientes que estaba revisando, fue entonces que la manija de mi puerta se empezó a mover, primero suavemente, después con más fuerza hasta dar fuertes sacudidas. Me asusté demasiado, pregunté por los enfermeros, sabía que no eran ellos, pensé que un demente quería entrar en mi despacho, empecé a gritar a ese alguien que se alejara. Me acerqué con demasiada prisa a detener el movimiento salvaje de la manija, justo antes de tomarla, cesó.
Estaba helado, no sabía qué hacer, abrir la puerta era demasiado peligroso, había decidido esperar despierto toda la noche, cuando una voz del otro lado de la puerta se dirigió a mí.
-¿Doctor Antonio Fernando Vázquez?- Nadie me hablaba por mi nombre completo.
-… ¿Sí? ¿Quién eres?
-¿Acaso importa? Bastece con saber que soy uno de sus pacientes. He venido a darle un mensaje de su amigo Ángel.- La sangre se me subió a la cabeza cuando oí eso, la piel de la nuca se me erizó. ¿Cómo sabía un loco acerca de alguien del que ni he comentado? El único sabedor de mi difunto amigo era Brener Bahía.
-¡¿Quién es usted?! ¿De qué me está hablando?
-Él está aquí conmigo, dice estar apenado y arrepentido por haberlo metido en esta situación, ni se imagina como está sufriendo. Su único consuelo, es que ahora él está viviendo su propio infierno.
-¡Lárguese! ¿Qué clase de broma es esta?
-¿Doctor?… ¿Le gustaría ver a Ángel por última vez? –Esa propuesta hizo a mi corazón acelerar, ni siquiera el Doctor Bahía sabía de la muerte de Ángel, me quedé mudo, las palabras no salían de mi boca.
-Comprendo Doctor, sé qué le es difícil asimilar lo que escucha, pero no se preocupe, él entiende. Ángel le deja un obsequio para cuando se anime a salir, lo colocaré en el suelo junto a la puerta.
Empecé a llorar en silencio, halaba aire desesperadamente mientras cubría mis ojos con las manos, caía en cuclillas recargándome sobre la puerta, sollozaba el nombre de mi amigo muerto.
Me quedé ahí sentado hasta que amaneció, los primeros rayos de sol alumbraban naturalmente mi oficina, estaba agotado de mi horrible guardia, me levantaba completamente entumido de mi posición, seguía con la espalda pegada sobre la puerta, recordaba las palabras del extraño en la madrugada, “algo” estaría en el suelo del otro lado de la puerta, me decidí y de un solo golpe, me di la vuelta y abrí la puerta.
Enfrente de mí, sobre el piso, había un par de esferas terapéuticas chinas.
Pregunté esa mañana si alguien del personal que hizo guardia conmigo se había dirigido a mi oficina en la madrugada, todos lo negaron. El incidente llegó a los oídos del Doctor Bahía, quien manifestó su asombro ante los hechos acontecidos.
Jamás encontré respuestas a lo que viví, cabe decir también que nunca volví a ver a Diabo, desde esa noche se esfumó de mi vista, no sé si lo asesinaron en esa madrugada o sí fue usado como experimento para las lobotomías de Brener Bahía.
Lo único que me hace drenar lo vivido, y a sobrellevar el infierno que significa para mí trabajar en el Hospital Psiquiátrico de Barbacena, es utilizar las esferas terapéuticas de Ángel.
La mula sin cabeza
Cuentan que hace muchísimos años, quizá en la época de la colonia, llegó a la capital brasileña un cura que se encargaría de la parroquia principal. Este era un hombre muy devoto de Dios y que se esforzaba al máximo por respetar sus votos. Rezaba por todos sus semejantes y ofrecía consuelo a cuantos acudían a su iglesia.
Un día, se presentó en la confesión una mujer hermosísima cubierta con un velo. Cuando los ojos del sacerdote se posaron en ella, sintió que una súbita pasión lo consumía por dentro y tuvo miedo.
La joven, que no era temerosa de los oficios religiosos, se dio cuenta de esto y no tuvo reparos en tentar al sacerdote. Todos los días se presentaba en el templo y le lanzaba miradas ardientes, que por más que él trataba de ignorar, se fueron haciendo un hueco en su mente y su corazón. Y al sentir aquello se sentía atormentado, pues sabía que estaba incurriendo en uno de los peores pecados.
Ella ya estaba casada con alguien más y él había jurado dedicar su vida a Dios.
Pero el deseo fue más fuerte y un buen día, ante los ojos del Cristo de la iglesia, lo consumaron cayendo en la tentación.
Tras cometer aquella imprudencia el cura se sintió horrorizado. La culpa lo atormentaba y como no pudo soportar dicho sentimiento, se suicidó tirándose desde lo alto del campanario. La mujer por su parte, también murió al poco tiempo, arrollada por un carretón que era arrastrado por una mula.
Dicen que fue un castigo divino.
Tiempo después, durante una noche de luna llena, varias personas atestiguaron haber visto a un hombre con hábito de sacerdote, merodeando por la iglesia. Lo más aterrador era que este ser no tenía cabeza y vagaba aterrorizando a los incautos que se atrevían a salir a altas horas fuera de sus casas.
Al mismo tiempo, se empezó a decir que una mula descabezada corría sin control por las calles brasileñas, despidiendo una llama de fuego desde el lugar en el que debía estar su cabeza. Siempre se anunciaba por medio del lúgubre llanto de una mujer acongojada, que parecía estar pasando por una tremenda agonía a juzgar por la profundidad de sus alaridos.
Se dice esta fue la forma que aquella mujer tan malvada adoptó tras la muerte, pues al no descansar en paz tenía que quedarse en la tierra a expiar sus pecados.
Se le aparece sobre todo a las mujeres que se comportan mal, asustándolas como castigo a sus malas acciones. Las adúlteras en especial, son las que más deben temer a la mula descabezada, pues si esta las alcanza podría pisarlas hasta la muerte.
Con el paso del tiempo, esta leyenda fue haciéndose muy popular en Brasil y aun en la actualidad, hay quienes aseguran escuchar el correr furioso de los cascos de la mula, moviéndose a toda velocidad por las calles desiertas. Mientras tanto, en alguna capilla un hombre sin cabeza sigue buscando las puertas al cielo.
La Pisadeira
Yanaina llevaba varias noches teniendo la misma espantosa pesadilla. Se veía a sí misma durmiendo en la cama, su cuarto completamente a oscuras y la puerta cerrada. De pronto, una sombra aparecía en la ventana y forcejeaba con el cristal.
Un miedo terrible se apoderaba de la muchacha mientras el vidrio de la ventana se movía violentamente, mientras aquello quería entrar.
Y por más que trataba de despertarse a sí misma, Yanaina no podía moverse, ni gritar. Quería pedir ayuda, quería salir corriendo de su habitación. Pero la ventana se abría bruscamente y una figura larga y esquelética entraba a cuatro patas, moviéndose peligrosamente hacia donde se encontraba ella.
No era capaz de distinguir su rostro, solo una silueta que se encaramaba sobre el colchón y se le sentaba en el pecho, oprimiéndola de tal manera que le cortaba la respiración.
Aterrorizada, Yanaina intentaba moverse, quitarse aquello de encima, pero el aire le faltaba…
De golpe se despertó en su cama, respirando entrecortadamente y con lágrimas en los ojos. Miró a su alrededor con desesperación y se alivió de estar sola. Tendría que hacer algo al respecto con aquellas pesadillas, porque solo eran eso. Pesadillas.
Temblorosa, se levantó de la cama y bajó hasta la cocina para servirse un vaso de agua, encendiendo todas las luces en el camino.
Aquella casa del centro de Río de Janeiro era muy vieja y hacía ruidos a todas horas de la noche.
—Que horrible pesadilla —se dijo, antes de volver a la cama. Después de lo ocurrido le costaría conciliar el sueño, sus sentidos estaban más alerta que nunca.
Un rato después, justo cuando empezaba a quedarse dormida, Yanaina escuchó un ruido a sus espaldas que la dejó helada. Algo estaba tocando el cristal de la ventana. Inmóvil, se quedó con la cabeza metida debajo de las sábanas y su corazón dio un vuelco cuando pudo distinguir el sonido del vidrio abriéndose.
Algo se arrastró hacia ella, pisando el colchón e inclinándose sobre su cuerpo. Emitió una risita aguda y malévola que la inundó de terror.
Lentamente, Yanaina se atrevió a mirar por encima de las cobijas y a pocos centímetros de su cara, vio el rostro de una vieja horrible, con la piel surcada de arrugas y el pelo sucio y largo. Estaba desnuda y esquelética pero aun así parecía tener la fuerza de diez hombre como para impedir que se levantara de la cama. Sus huesudas manos ahora le rodeaban el cuello mientras que sus rodillas, como bisagras de acero, oprimían su torso.
Yanaina gritó llena de espanto y luego, se hizo el silencio.
Este relato está basado en una leyenda de terror de Brasil, la pisadeira. Cuentan los brasileños que esta es un demonio femenino, con la forma de una anciana de largo cabello enmarañado, cuerpo esquelético y uñas largas, que entra por las noches para sentarse encima de las personas y provocarles pesadillas. Le encanta hacerlo para alimentarse del miedo de la gente y si uno no tiene cuidado, puede llegar a morir debajo de ella.
Los troncos peligrosos de Brasil
Era muy tarde cuando Andrea se levantó, alertada por unos extraños ruidos que se escuchaban en su propia habitación. Tenía al lado de la mesita de noche una maceta llena de troncos, que le habían regalado para decorar sus interiores. Al encender la luz y fijarse en ellos, sintió un escalofrío bajando por su espalda.
Los troncos se estaban sacudiendo ligeramente y una serie de sonidos extraños se escuchaban desde el interior, como si hubiera algo atrapado dentro. Andrea no se atrevió a mirar. Le tenía pánico a los bichos y no soportaba la idea de que hubiera alguno que pudiera saltarle encima. Así que se puso su bata de dormir a toda prisa y llamó a un exterminador.
Por la madrugada, el hombre se presentó para examinar el tronco y le pidió que se mantuviera a distancia.
—Voy a revisar el tronco para confirmar si se trata de una plaga o no —le advirtió.
—¿Usted cree que realmente pueda ser eso? —preguntó Andrea, temblando.
—No estoy seguro, señorita. Pero si lo es, le aviso que tendremos que fumigar el apartamento completo, pues ese tipo de casos deben tratarse con extremo cuidado.
Tras echar un vistazo al interior de los troncos, quebró uno y Andrea contuvo un grito de terror. Cientos de arañas diminutas salieron desperdigadas por la madera, en tanto el exterminador las apuntaba con un galón de insecticida.
La misma escena no tardaría en repetirse en cientos de hogares brasileños. Y es que hubo un tiempo en el que estuvo muy de moda decorar interiores con troncos naturales.
No obstante, un especialista en los medios de comunicación empezó a advertirle a las personas que no hicieran tal cosa, pues muchas arañas venenosas de las zonas selváticas del país aprovechaban para meterse y dejar sus huevos dentro. La gente que los tomaba para comerciar con ellos en la ciudad no siempre revisaba que se encontraran limpios.
Pronto se conoció a estas plantas como “los troncos peligrosos”, pues las personas se daban cuenta aterradas, de que se movían solos y emitían una serie de ruidos desagradables.
Cuando el fenómeno se extendió como una epidemia por todo el país, las autoridades de salubridad ordenaron exterminarlos a todos, así como prohibir su venta en puestos callejeros y tiendas de decoración. Lo peor, fueron los casos de personas que se reportaron con picaduras de araña una vez que los huevecillos se rompieron. Síntomas horribles como fiebre y sarpullidos aquejaron a quienes tuvieron contacto con los diminutos arácnidos; que también se esparcieron por buena parte de las calles.
Luego de tan brutal experiencia, los troncos quedaron prohibidos y fue más la gente que optó por poner naturaleza artificial en sus casas, que arriesgarse a contraer una plaga.
Esta leyenda de terror fue una de las más difundidas en su momento en Brasil, aunque nunca se ha llegado a confirmar si es verídica o no. Por si las dudas, nunca está de más recordar que hay cosas que es mejor dejar en su entorno natural.
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