Bienvenidos hoy les traigo una leyenda de Qatar
Leyendas de terror en Cantabria
Hay tres personajes que, desde hace siglos, aterrorizan la gente de esta región: seres malvados, malignos y que aprovechan cada momento para molestar y asustar personas inocentes.
El más famoso de ellos es seguramente El Ojáncano que, para los montañeses, personifica literalmente el mal. En la mitología cántabra no hay personaje más desagradable y violento. De aspecto horroroso y con un solo ojo, es alto como un árbol, tiene manos y pies gigantescos, con diez dedos y garras mortíferas. Suele utilizar su honda de piel de lobo para arrojar grandes piedras y su bastón mágico puede transformarse, según la ocasión, en lobo, víbora o cuervo. Cuando se hace mayor, los otros Ojáncanos le matan, le abren el vientre y se reparten sus restos, enterrándolo debajo de un roble. Después de nueve meses, salen del cadáver unos gusanos amarillos enormes que durante tres años se nutren a través de los pechos de una Ojáncana. Si no quieres encontrártelo, mejor alojarte en una casa rural en piedra: de esta manera el monstruo no podrá entrar.
Si has decidido dar un paseo en un bosque de Cantabria, ten cuidado con los Nuberos. Se trata de pequeños geniecillos malignos que aman cabalgar las tormentas, descargando rayos y granizo sobre las personas. Son los responsable de los cambios del clima en la montaña, conducen y guían las nubes, provocando calamidades y grandes destrozos en los pueblos. Sus victimas predestinadas son los pescadores: los que intentan desafiar a los Nuberos acaban perdiendo la vida, los menos atrevidos se ven obligados a volver al puerto, a menudo, con las redes vacías.
Otros monstruos amenazan los cultivos de los pobres campesinos cántabros. Se trata de los verdaderos Caballucos del Diablo: siete grandes libélulas con alas muy largas y transparentes, que llenan las noches sobretodo en verano. Siempre vuelan juntos y son cabalgados por siete demonios con ojos de brasa, viento que sale de la nariz y que disparan llamas de la boca. Son muy malos y se divierten a quemar o pisotear los campos de mieses. Es tradición, la mañana de San Juan, subir al monte para buscar un trébol de cuatro hojas: si lo encuentras recibirás tres gracias (vivirás 100 años sin dolores, sin hambre y sin tristeza).
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